LA HORA TONTA
Estoy en esa hora en que todo se detiene. El mundo se paraliza mientras descanso. Mi sopor es pacífico. El mar en agosto avanza lento como mi sueño. La terraza me acuna. La televisión de fondo se convierte en portavoz de nanas. El paisaje se va cerrando lentamente al compás de mis párpados. Caen, caen, caen… Duermo.
La luz del atardecer acompaña mi letargo. Una brisa ligera me refresca mientras todos mis músculos se han desmayado para entregarse a la siesta. El sonido del mar ha penetrado en el inconsciente. La playa está llena de contrastes. Ese sueño ligero todavía no ha eliminado todas las sensaciones. Sigo sintiendo el suave soplo del viento. No me esfuerzo por abrir los ojos. Pesan como esponjas mojadas. Sigo sesteando.
Respiro como quien pone la vida en ello. Creo que he sonreído. Eso me parece. No puedo verme. Estoy a gusto en esa playa exótica de palmeras y arena blanca. Con la brisa, el horizonte y todo eso. Está bien ese sueño. Tal vez suspiro de nuevo. Tal vez haya sonreído un poco más.
Cuando abro los ojos se está poniendo el sol. Nadie me ha visto. Puedo fingir que no me he despertado. Afortunadamente, no tengo que ir a trabajar.
(María Ángeles Chavarría, de Pincelada con matices)