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Durmientes

DURMIENTES

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 Donde los duendes duermen distraídos

desvelo desencantos de damasco,

diluidos en dunas de un desierto.

Donde dejan los duelos dolorosos

de dormir sin dañar al desaliento,

danzan los decimales

dolientes de deseo.

Donde dicen desdichas declaradas

desatando la daga de un doncel,

dudo del don dorado

dándolo al día a día.

Donde los dardos duelen duramente

duchando dualidades disputadas,

diviso descalza

disgusto en disculpas.

Donde dedicaciones declinadas

degeneran deformes en deícticos,

deletreo delicias

defendiendo delirios.

Donde se desbaratan los dibujos

y desbordan desdén y desamores

derrocho despertares

desmayando desganas.

Donde den los destierros

Deslízate y desanda.

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 María Ángeles Chavarría, de Sintiendo el silencio

Rozar con CUENTOS gotas

Fotografías de qué sé yo

FOTOGRAFÍAS DE QUÉ SÉ YO

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 La hierba o la fábrica. Todo desfallece ante su clic. Flash y permanencia. Una obsesión. Captar la esencia de la esencia.

El tiempo mata los gritos de los objetos. Fotografío para no olvidar. Para no dejar a una vajilla muerta. Destartalada por el desamor.

No sé qué quedará. La imagen salva. Quiero salvar los pétalos del fin. La risa descontrolada de un movimiento. La tibieza de una mesa camilla. Unas manos gastadas. Un gesto que no tiene antecedentes.

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Un día me propuse fotografiar la pena. Logré captar la tristeza, la ternura, la soledad. Transporté el objetivo a la piel de los entes y los seres. Puse mi corazón en una lente. Lo dejé a la intemperie. Niebla. Filtros. El mundo era una gran fotografía. El mundo se dejaba mirar por mis ojos. El marco era el único límite. Desnudo en blanco y negro. Alma en color.

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El mensaje pervive despechado. Los álbumes soportan los silencios. Relojes. Risas. Rostros. Rituales. Ese sabor a esencia duerme ahora en negativos.

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 María Ángeles Chavarría, de  Pincelada con matices

FORMACIÓN creativa

INVENTO EMOCIONAL

Práctica de los alumnos del curso DESARROLLO DEL TALENTO Y LA CREATIVIDAD EN EL AULA.

A partir de un objeto cotidiano y del análisis y mejora de sus atributos, se llega a crear un invento emocional, base de una metáfora sobre la vida.

Este es el resultado de uno de los grupos:

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INVENT EMOCIONAL

1-      Identificar els atributs d’un producte.

Comandament a distància:

–          Permet canviar de canal/ferqüència.

–          Perment parar una imatge (pausa).

–          Apagar i encendre un aparell elèctric.

–          Rebobinar i accelerar.

–          Té formes i colors.

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2-      Indentificar els atributs en què hauria de millorar.

–          No s’ha de trencar.

–          Ha de ser localitzable.

–          No se li poden acabar les piles.

–          Ha de ser xicotet.

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3-      Nomenar les característiques que podria tindre.

–          És tou i irrompible.

–          Emet un so quan el busques.

–          Es recarrega amb la teua propia energía.

–          És xicotet i extraplà.

–          Té un sensor d’honestedat, no el pot utilizar tot el món.

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4-      Assenyalar les noves característiques i obtenció d’un nou producte.

–          Permet canviar una situació (per exemple,  una situación desagradable per una altra agradable).

–          Permet parar el temps.

–          Permet adormir i despertar una persona o animal.

–          Permet anar arrere en el temps i reviure un record o si vols reflexionar sobre una experiencia anterior, o acelerar el temps per tal de què passe més ràpid, per exemple quan estàs esperant a algú.

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El nou producte és el “MANGIC”, un comandament a distància amb què pots modificar situacions de la vida quotidiana.

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Metàfora: “La vida és com un comandament a distància, pots canviar situacions però de vegades les piles s’acaben i s’han de canviar”.

 

NOVELAR las miradas

Comienzo de AVENTURAS LITERARIAS: LAS EXTRAÑAS NOTAS DEL PRESIDIARIO

 Inicio del primer capítulo de Aventuras literarias: las extrañas notas del presidiario

cubierta aventuras literarias

Es curioso cómo nos afecta un comentario de los demás. Alguien querido arremete contra nosotros y ¡puf! el mundo se desmorona. Nuestros valores se tambalean cuando la autoestima está destemplada. Y nosotros… Nosotros nos convertimos en juguetes de feria a quienes se les ha acabado la batería.

Las emociones mueven el mundo y la mayoría de los mortales, los que al menos no somos fríos y distantes, nos dejamos arrastrar por un instante de rabia, fracaso o desolación.

Me preguntaba por qué todas las ilusiones de una persona pueden irse al traste en un segundo. En serio ¿podían influir tanto unas palabras dichas sin el más mínimo fundamento solo pronunciadas para herir a otra persona?

Por eso me refugié en los libros. Quería tener una segunda opinión.

Yo fui una niña frágil aparentemente. Fui el dardo de envidiosos y abusones. A nadie le gustaba que pensara con voz propia ni siquiera aunque esa voz permaneciera callada, pues ya me guardaba mucho de manifestarme. Pero, eso sí, no me dejaba manipular.

Por eso, en realidad, parecía frágil; pero iba a la mía, por mi camino, por mi senda de palabras y mis confidentes invisibles: los libros.

Y esto me sirvió cuando me convertí en una adolescente, confusa y vulnerable.

En ese momento entró William en mi vida. Justo cuando acababa de cumplir diecisiete años.

Él era ese chico que yo jamás hubiera soñado se fijaría en mí. Líder y altivo, una mirada suya movía a todo el grupo. Los chicos le seguían y las chicas suspiraban por sus huesos. Y yo era la envidia de todas ellas por haberle sabido engatusar. Ahora bien, todavía no sabía cómo. Ni yo misma me creía que el tipo duro de la clase, el más guapo de todos, se hubiese fijado en mí.

Era lógico, pues, que sus deseos fuesen órdenes para mí.

¿Cómo pude ser tan tonta? Pero eso es fácil decirlo ahora que ha pasado un tiempo y veo las cosas desde la distancia. Cuando estás poseída por la pantalla del enamoramiento todo lo ves bajo el prisma que te interesa y tu chico te parece perfecto, haga lo que haga y diga lo que diga; por mucho que sus acciones y palabras te degraden y pisoteen tu autoestima hasta límites insospechados. Pero en esos instantes no ves nada de lo que no te interesa ver. Ni siquiera escuchas las opiniones de las personas cercanas que sabes, a ciencia cierta, no te van a engañar.

La verdad es que nunca me sentí sola. Siempre tuve buenos amigos a quienes comentar mis preocupaciones. Y esos amigos los supe compartir con otros que se encontraron perdidos, que se abatieron a la primera de cambio o que, simplemente, se aburrían de todo lo que esta sociedad ponía a su alcance y querían pasar un buen rato sin fingir delante de nadie. También estaban mis padres, por supuesto, pero a veces pensamos, sobre todo en algunas épocas de nuestra vida, que ellos son de otra pasta, que no nos van a entender porque no son jóvenes o no son modernos o, simplemente, porque son padres. Pero también eso lo descubrí mucho más tarde, después de haber vuelto loca a mi madre con mi “déjame, no me pasa nada” o de dar por perdida la comunicación fluida con mi padre cuando, a la más mínima queja, me salía con el “tenéis demasiadas cosas, no valoráis nada” y otras retahílas por el estilo. Lo malo es que tenía razón, pero yo, en mi papel de adolescente rebelde o pasota o vete a saber qué y con mi ceguera para apreciar lo que realmente tenía valor, era incapaz de reconocerlo. De mis dos hermanos pequeños, mejor ni hablo. Esos solo se encargaban de fastidiarme.

Ser uno mismo, sin perder el norte, es un camino duro. Para quienes se pierdan, les recomiendo los libros. El mejor refugio, incluso para perderse, una biblioteca. A mí, al menos, me sirvió, me sirve. Y mucho.

Allí me sumergí, en una biblioteca con mucha historia. No quería que fuese la de mi barrio. No. Quería una un poco aislada de mi ámbito habitual, para no encontrar a nadie conocido. Y no es porque mis amigos frecuentasen demasiado las bibliotecas ni tampoco porque me importase demasiado la opinión de los demás. Bastante me había afectado ya la opinión de William. ¡Menuda dependencia! No. Lo que buscaba era un poco de recogimiento, aunque esa palabra sonase algo monacal.

Y precisamente fui a parar a un antiguo monasterio. Sin pensármelo dos veces, me dirigí a la Biblioteca de San Miguel de los Reyes.

Lo cierto es que cuando entras allí te sientes muy pequeña; aunque es posible que yo me sintiese así incluso penetrando en un hormiguero de tan diminuta e insignificante como me sentía en aquellos momentos. Había visitado aquel monumental edificio en otras ocasiones, pero solo entonces, sin la compañía de mis compañeros y del profesor de turno que organizó la actividad, fui consciente de la magnitud de tan inmensa obra. Sin embargo, no tenía idea de la dimensión que mi pequeño paso iba a suponer en mi vida futura.

 […]

2 Huella (al final del todo)