MAGIA EN LOS BOLSILLOS
Tengo querencia de cosas en apariencia inútiles. No me malinterpretéis. No se trata de poseer. Tampoco tengo el síndrome de Diógenes. Hablo de pequeñeces con un sentido especial, de artilugios a los que añado una historia a partir de un recuerdo…
Lo sé. Dicen los psicólogos que hay que despedirse de las cosas, que no hay que aferrarse a nada. Pero ¿cómo dices adiós a aquello que te reconforta con tus evocaciones? ¿Cómo te despides de quien, sin estar, vive a través de los objetos?
Mi abuelo transportaba magia en sus bolsillos. Para mí, él mismo desprendía magia. Él era la magia.
Me preguntaba por qué los objetos que yo traía en mis bolsillos cobraban vida en los suyos. Solo era un tornillo, una tuerca, un botón. ¿Cómo conseguía darles vida? Era todo un misterio.
Sin más (bueno, con imaginación y trabajo, aunque esto lo supe luego), los “trastos” que yo traía acababan formando parte de una bicicleta, de un mono de trabajo, de una casa para sus animales… Y, a los pocos días, algo extraordinario ocurría (o yo lo imaginaba) en el objeto transformado, en el invento nuevo, en el entorno donde estaba ubicado.
Muchos años después, recuperé alguno de esos objetos, llené mis bolsillos de otros que atrapaban antiguas vivencias y, lo más sorprendente, heredé la magia (o la imaginación y el trabajo) de mi abuelo. No una magia grandiosa para crear riqueza. No para tener poder. Adquirí una magia discreta para atrapar sensaciones y diluir miedos. Una magia muy íntima, pequeñita y secreta. Y en el fondo me alegra que nadie más lo entienda, que nadie más lo sepa.
Ese fue su legado. Y mi felicidad.
De Los bolsillos de mi abuelo, María Ángeles Chavarría (capítulo 1)
Precioso Mª Angeles. Como todo lo que escribes
Muchísimas gracias, Pepa. Me alegra que te guste.